lunes, noviembre 21, 2005

El dictador (Manuel Vicent)

Publicado el domingo en la contraportada de "El Pais":

"Aunque nada pueda devolverte aquel tiempo del esplendor en la hierba y la gloria de las flores, no debes dolerte por ello; en la belleza que quedó atrás tienes que encontrar toda la fuerza". La gente de mi generación difícilmente podría recitar estos versos de William Wordsworth. Treinta años han pasado, treinta veranos, treinta largos inviernos desde la muerte del dictador. A Franco lo juzgará la historia, afirman aún sus adictos; pero, de hecho, el juicio ya lo ha emitido el espejo corrosivo del tiempo donde su imagen va adquiriendo la forma de un esperpento aciago a medida que se aleja en el recuerdo. Desde esta altura de la vida uno vuelve la mirada y no encuentra en aquel espacio gris de la dictadura ningún esplendor donde agarrarse, salvo que en medio de un país aplastado por la miseria política, nuestra juventud estaba diluida en los placeres de la naturaleza y pese a todo nos creíamos inmortales. El día en que enterraron a Franco una niña se hallaba en un desván, que olía a manzanas y desde allí oía la voz de un cardenal que por la radio recitaba las exequias del muerto en la plaza de Oriente. Un tembloroso adolescente a su lado le pasó el cigarrillo para que diera la primera calada y el humo envolvió también el primer beso y las primeras caricias con que la niña se inició en el amor, mientras el sonido del funeral llegaba hasta el desván desde el jardín donde brindaban sus padres con unos amigos. Treinta años han pasado. A partir del momento en que una losa de mil kilos cubrió los despojos del dictador, el azar comenzó a gobernar los sueños de aquella niña, lejos ya de la voluntad del tirano. Su cuerpo espigó en la transición, tuvo otros amores en medio de la libertad y puede que hoy esa mujer asocie la dulzura del pasado al perfume de manzanas que dio sepultura a aquel terrible difunto. En cambio, nuestra generación, vuelve hoy la mirada atrás sin ira y sólo halla un espacio color ala de mosca poblado de guardias desdentados, trenes desolados, aulas con olor a orín escolástico, ventanillas mugrientas, fritangas de calamares y chorizos banderilleados por un mondadientes, sabañones que luego se convirtieron en anillos de oro de la especulación y la paciencia infinita de las madres ibéricas que limpiaban los mocos a sus niños en la sala de espera de los hospitales. Nada podrá devolvernos a nosotros el tiempo del esplendor en la hierba y la gloria de las flores. Ésa es la miseria del franquismo, el que nos haya arrebatado también la dulzura de la memoria.

Calderón te quiero

Calderón, Calderón... Calderón te quierooooo... Así cantaba la afición baskonista a José Calderón con ritmo carnavalesco hasta la temporada pasada y así debería empezar a entonar la sufrida afición de los Raptors de Toronto tras conocer, al fin, su primera victoria en esta temporada de la NBA. Victoria dominical frente a los super Heat de Miami con un excepcional Calderón clave en la remontada final de los canadienses con cuatro de sus nueve asistencias en el último cuarto. Sus números: 8 puntos, 3 rebotes y 9 asistencias... Y un balance de 1 victoria y 9 derrotas.

Iglesia ("Meteoritos" 20/11/2005)

El Arzobispo Sebastián renunció a pasearse en manifestación callejera, dejó pasar las reacciones del día después y esperó al lunes para echar al correo su “carta desde la fe”. Intelectual y teólogo, las escaramuzas políticas no le parecen remedio. Un diagnóstico lúcido: “la deserción de los cristianos y el aumento de la increencia es asunto de los corazones y no de la política”. A su juicio, el mal es más profundo que la atribución del decaimiento de la fe y de la marginación social de la fe cristiana a una determinada política. En efecto, los obispos se quejan de vicio de iniciativas como los matrimonios homosexuales o la reforma educativa. La creciente sociedad laica española es menos invasora de lo público que la clericalista Iglesia católica de la dictadura franquista y vaticanista. Aquellos excesos provocan estas resacas, aquellos abusos avalan estos usos democráticos reguladores de una normalidad vulnerada. Palio para Franco, que amparó el monopolio y la expansión del catolicismo, y palo para la horma de este Zapatero, que tampoco aprieta. La Iglesia se duele en la cartera; de los talentos (moneda romana) que le pueden costar el talante. La Iglesia de los pobres se ha entendido muy bien siempre con los ricos. El colchón de los privilegios es bien confortable. ¿Cuántas separadas casan los cardenales? ¿Acaso bautizan a sus hijos? La Iglesia católica se cree la raza aria de la espiritualidad mundial: la mejor, la más pura. Su verdad es la Verdad. La Iglesia católica, más condescendiente con benefactores advenedizos que con disidentes internos, tendría que poner al día su censo; actualizarlo como hace la Administración civil. La renovación periódica y adulta del bautismo, impuesto y confirmado antaño sin que la persona tuviera todavía uso de razón, sería una gestión interesante, reveladora de la evolución individual y colectiva del rebaño. La Iglesia debería impedir que sus Sacramentos fueran tomados por costumbre o conveniencia social, por buen nombre familiar o gusto al boato. Le preocupa también su influencia. Como los púlpitos clásicos aleccionan a los ya aleccionados, fieles de cuerpo presente y pensamiento ausente, la Iglesia quiere predicar su doctrina desde los medios de comunicación, los púlpitos de la sociedad de la información. Los quiere propios, con nombres tan excluyentes y patrimonialistas como “La Verdad”, ésa que os hará libres, aunque en verdad la libertad vive mejor en pluralidad. Para fomentar la presencia de la Iglesia en televisión, ha quedado constituida la Fundación “Juan Pablo II”, cuyas patéticas últimas imágenes en vida fueron exhibidas de forma impúdica. Uno de sus patronos es el presidente de los empresarios navarros. Eso sí, a título individual. Empresarios que no dais, ¿qué esperáis?

Autor:
Carlos Pérez Conde (Publicado en "Diario de Noticias" de Navarra el domingo 20 de Noviembre de 2005).