domingo, septiembre 04, 2005

Implacables ("Meteoritos" 4/09/2005)

Los legionarios recaudadores de Barcina, espoleados por sus inspectores-centuriones, celebraron una orgía de denuncias la misma jornada de su vuelta al trabajo en el control de la zona azul. Después de veinte días de vacaciones, retornaron sin la menor pereza. De par de mañana, alegres y combativos. La bolsa era su vida. Consigna: cobrar piezas para el zurrón del amo; recaudar cuanto más y cuanto antes. Ninguna consideración al ciudadano local, relajado por el paréntesis en la aplicación de la regulación del estacionamiento y distraído por un fin de semana largo; ninguna consideración con el foráneo desconcertado. Un turista alemán expresaba perplejidad silente,- su coche con caravana ocupaba dos plazas de aparcamiento en la calle Olite-, frente a cuatro empleados de Dornier y un policía municipal. Denuncia, multa, grúa, cepo fueron las razones frente al descuido, el despiste, la ignorancia. La fuerza sancionadora, implacable con la debilidad humana. Aquella mañana de finales de julio, el espectáculo era penoso: vigilantes acelerados en la supervisión de los vehículos, ansiedad en la extensión de denuncias, viajes incesantes de las grúas, alerta para prepararles otro cliente para el viaje de vuelta. Además, sobraban plazas de aparcamiento. Muchísimas. ¿Qué cambia de la tercera,- inhábil-, a la cuarta,- hábil-, semana del mes? Sólo la conveniencia laboral de la empresa concesionaria, consentida por el Ayuntamiento. ¿No cabría una regulación estival de la zona azul acorde con el calendario sociológico de Pamplona y sus hábitos vacacionales? ¿Por qué mantener el mismo plano cuando sobran plazas? ¿Se trata de agilizar y de facilitar el estacionamiento o de cobrar a toda costa? ¿Ha de mantenerse la misma tarifa con la ciudad copada por los coches que con lugares disponibles en abundancia? Lo peor, con todo, el estilo: afán punitivo y gesto tosco. El peor estilo en la ciudad de la alcaldesa estilosa. Una servidumbre más de la concesión de servicios públicos a los intereses privados. ¿Estaba la empresa en condiciones de asegurar que todos los letreros de aviso colocados en los postes expendedores se encontraban colocados, legibles e inalterados? ¿Debían leer castellano los extranjeros? Una elemental elegancia cívica, digna de figurar en el municipal pacto por el civismo, contemplaría un día de moratoria en la imposición de multas a cambio de una notificación o recordatorio de la vuelta a la normalidad. Si Tráfico lo hace con el peligroso exceso de velocidad, ¿no puede hacerse con un inofensivo defecto de memoria o con una inofensiva distracción? El ciudadano tiene sensación de acoso; trabajadores de la zona azul notan presión exagerada. Otra cosa sería si todos fuéramos en bicicleta como Barcina. En Berlín, en Alemania.

Autor: Carlos Pérez Conde (Publicado en Diario de Noticias de Navarra el domingo 4 de septiembre de 2005)