lunes, noviembre 07, 2005

Epidemia (Javier Marías)

De Javier Marías publicado en "El Pais Semanal".

Es algo agotador. Cuantos escribimos en prensa lo sabemos bien, y estamos acostumbrados, qué se le va a hacer si mucha gente se empeña en tomar la parte por el todo, el ejemplo por la norma, el caso por el emblema. Uno critica una decisión judicial (o varias, tanto da), y recibe cartas muy indignadas de jueces diversos que, de manera harto alarmante, se han dado por aludidos; uno menciona lo desconsiderados que son algunos guías turísticos con sus altavoces desproporcionados, y le llegan misivas de colegas suyos tremendamente ofendidos y que exigen “respeto para su profesión”; uno habla de ciertos jóvenes que causan destrozos y gritan como desaforados a las cinco de la mañana, y un buen número de “coetáneos” le escupen sus quejas y le comunican que ellos no se comportan así (y si no lo hacen, se pregunta uno, ¿por qué se han sentido agraviados?); uno cuenta sus dificultades para mandar un libro a una cárcel y le llueven furibundas protestas de funcionarios de prisiones (los llamaré por esta vez como ellos quieren), que lo insultan por “denigrar su sacrificado oficio”; uno, en fin, utiliza coloquialmente el término “soplagaitas” y le caen considerables broncas por parte de los gaiteros; y si opta con guasa por “soplador de vidrio”, entonces son los de este menguado gremio quienes se enfurecen. Y así hasta el infinito. Es lo que se llama corporativismo o gremialismo, una de las reacciones más nocivas y corruptas que en verdad puedan darse. Porque equivale a amparar cualquier abuso, cualquier ilegalidad o delito, cualquier grosería y cualquier daño cometidos por alguien del cuerpo o gremio de que en cada ocasión se trate. Si la denuncia o la crítica de la mala práctica de uno son tomadas por ofensa a todos, se está justificando al infractor, o al estafador, o al chulo, o al necio, y se lo está animando a que siga, a que no se enmiende, que aquí estamos todos tus troncos para defenderte, aunque tu proceder haya sido indefendible. A eso se lo llama corrupción o compadreo, no hay otro nombre.

Pero lo más agotador no es eso, o a eso ya se está hecho, como he dicho. Lo más agobiante, y lo que día a día se extiende y crece, es lo que podría denominarse “corporativismo geográfico”, y esto no es sólo nocivo y corrupto, sino que además posee un componente irracional y fanático (tanto como el corporativismo religioso) y es extremadamente peligroso. En los últimos años he censurado a menudo a la administración de Bush Jr, y a raíz de ello me he encontrado con compatriotas suyos que, al oírme elogiar algo de su país (a un escritor, a un músico, hasta una tradición ya remota), se han sorprendido y aun escandalizado: “Creía que no te gustaban los americanos” (así, en general y en universal). Un día acusé de cicatería a varios suplementos de libros latinoamericanos, y ya me han salido periodistas chilenos o argentinos que en respuesta se han metido con … España … y Europa; dicho sea de paso, errando del todo el blanco, porque soy el primero en admitir que en mi país y en mi continente se practica la cicatería, lo cual no impide que también se practique en casi todos los demás sitios. Otro domingo, de pasada, tildé de estúpida o sandia la llamada tomatina de un pueblo de Alicante o Valencia (ya me dirán: se compran y se desperdician –no es que sobren– toneladas de tomates para que la muchachada se embadurne con ellos y se los tire al prójimo), y no me han faltado injurias por “despreciar” a ese pueblo y a la región valenciana entera: demasiadas personas no diferencian entre llamar a un lugar estúpido –nunca se me ocurriría– y comentar que sus habitantes y visitantes se conducen estúpidamente un día al año (desde mi discutible punto de vista, no debería ser necesario añadirlo). Es una verdadera plaga, y hasta en un lugar como Madrid, tradicionalmente a salvo de las susceptibilidades patrióticas, se me reprocha que señale el calamitoso estado de la ciudad, innegable, debido a sus locas obras. “Cómo ataca usted a mi ciudad”, me riñen, olvidando que también es la mía y que al denunciar la actual situación (bueno, ya vieja), lejos de atacarla la estoy defendiendo.

Podría no acabar nunca con los ejemplos, pero los agotaría a ustedes.

La pérdida de la ligereza y del sentido del humor son en sí graves. Pero más lo es que tanta gente no sea capaz de ver lo malo que hay en todas partes, esto es, cada cual en la suya, grande o chica, continental o aldeana. Llevo semanas absteniéndome de decir que el proyecto de Estatuto salido del Parlamento catalán me parece que contiene cosas justas y razonables, pero que también está teñido de vanidad, frivolidad y puerilidad. Supongo que ya adivinan por qué me he abstenido, es sólo un ejemplo. Si manifestara eso, no me estaría metiendo con Cataluña, a la que tengo agradecimiento y mucho admiro, sino con sus políticos vanidosos, frívolos y pueriles, que, por mucho que hayan sido elegidos, y que les gustara serlo y aun lo pretendan, no son ni serán jamás “Cataluña”. Pero quién explica eso hoy, convincentemente, en medio de esta imparable epidemia de corporativismo geográfico.