domingo, diciembre 11, 2005

Modales ("Meteoritos" 11/12/2005)

Pidió su chupete y su vaca. Con insistencia, pero sin crispación. Mantenidos el tono y el volumen de la voz, la expresión de su demanda adquirió, sin embargo, una progresiva aceleración. Sabía cómo manejarse ante una urgencia. Tenía claras sus necesidades perentorias: el chupete y la vaca. La situación era natural para unos padres jóvenes, pacientes y complacientes, pero inquietante para el entorno: estábamos en los prolegómenos de un concierto. Atendida su petición, se acomodó: sentado sobre las piernas de su progenitor, algo recostado sobre su abdomen, los pies apoyados con firmeza en el respaldo del asiento anterior. Con la vaca de peluche en la mano izquierda, acariciaba su cara. La mejilla derecha recibía el calor del rostro paterno. Un cuarteto de percusión, un quinteto de viento-metal, un cuarteto de saxofones y un trío de viento-madera desfilaron por el escenario. Música de cámara. Quieto, mudo, atento. Tras el descanso, "La Pamplonesa" se constituyó en banda con todos sus elementos, a los que se sumaron en una obra,- homenaje a San Francisco Javier y a su autor, el maestro Turrillas -, los Auroros de Santa María. La segunda parte comenzó con la interpretación del Himno de Navarra. Era la fiesta de la Comunidad. El público que llenaba el Salón Mikael hizo la ola. No de entusiasmo patrio foral, sino la ola de la indecisión. La gente dudó sobre cómo actuar y la ola de quienes se levantaron fue creciendo hasta la última nota. La viveza de algunos pasajes de "Navarra", partitura de autor valenciano, habitual en la fecha, irguió su cuerpo. Precoz en la dirección, su mano derecha marcó el ritmo y la izquierda, sin desprenderse de la vaca, exigió los matices. Quiso sentirse instrumentista en la última de las cuatro partes: se despojó del chupete, aceptó un bolígrafo, introdujo un extremo entre sus labios (¿clarinete, oboe, saxo?), sopló y movió los dedos por un imaginario de llaves. Con firmeza en los labios y una ágil diestra; sin soltar la vaca. Ninguno hubiéramos imaginado su disciplina para la quietud, el silencio y la escucha. Un niño tempranamente educado para la música, tanto que se sobresaltó con brotes de asombro e indignación cuando una voz sonó en alto. Era el director. Explicaba los motivos de la presencia de los Auroros, que agradecía. Al final del concierto, me miró y me dirigió una sonrisa, quizá de mofa y rechifla porque hubiese intuido mis temores iniciales de fatal vecindad. Su hermano, unos años mayor, sentado adrede al otro extremo del núcleo familiar, tuvo también un comportamiento impecable. Su divertimento consistió en lucir unos colmillos de broma que asomaban por las comisuras de los labios. Colmillos como los que el PP enseñó aquella tarde de sábado en Madrid. Pero mucho menos afilados.

Autor:
Carlos Pérez Conde (Publicado en "Diario de Noticias" de Navarra el domingo 11 de diciembre de 2005).