miércoles, agosto 17, 2005

Ruidos

Vengo de cenar hace un rato con Iñigo y unos amigos suyos en un bar del casco viejo pamplonés, "La Cofradía"... ¡tremendos bocatas! Siendo martes noche de un apático mes de agosto en la vieja Iruña uno no espera demasiado gentío en el local. Digamos que la cosa andaba por un tercio de entrada. Sin embargo no deja uno de asombrarse por cómo nos las gastamos por aquí a la hora de "crear ambiente". La cosa empieza con los dos primeros clientes. Ambos comienzan una conversación susurrante que busca la discreción. La entrada de un nuevo grupo de unas cinco personas tensa el susurro hasta convertirlo en una voz firme pero amable. Un nuevo grupo de cuatro amigos se sitúa en otra mesa cercana. Vienen "calentitos" de una ronda previa en otro bar y se disponen a llenar el estómago en estruendosa algarabía. Los dos primeros clientes elevan el tono de voz para convertir su inicial susurro y posterior firmeza amable en un contundente diálogo que se entremezcla con la mayor capacidad sonora del grupo de cinco claramente contagiado por la estruendosa algarabía del cuarteto. Hace su aparición entonces un trío de chicas que alternan la bebida con el repaso a las fotografías del verano. Unos grititos agudos y excitados delatan los escarceos amorosos de semanas anteriores. Esto sin duda envalentona al grupo de cuatro al que las cuentas no le cuadran: somos cuatro, ellas tres. Los otros cinco tratan de recuperar el protagonismo subiendo la regleta sonora hasta el límite de impedir que los dos primeros clientes puedan entenderse y decidan pasar al estado de contemplación. Dos son muy pocos ante doce. Y en eso entramos nosotros...